jueves

Cuentos Cortos Para mentes Ansiosas

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El cuaderno rojo

por Diago Lezaun

Era el primer cuaderno entero para él solo de toda su vida: tamaño cuartilla, cuadriculado, de tapas duras y rojas, lleno de hojas vírgenes para llenar de garabatos, retratos de papá, de mamá y el hermanito, y los primeros ensayos de palabras. A Pablo le hizo muchísima ilusión. Tanto que a mamá le dio no sé qué el abrirlo y saborear las señales y símbolos de la vida interior de Pablo. El día que mamá, como quien comete un robo (o al menos así se sentía) entró al cuarto de Pablo, abrió el cuaderno y leyó davi muetro y tato malo sintió un sudor frío, corrió al ritmo de su corazón a la cuna, en su dormitorio, pero cuando llegó, Pablo, con la almohada aún entre las manos, ya había dejado de apretar.

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Condiciones de compra


por Jordi Cebrián


Compramos el piso aun sabiendo lo de la habitación, y las condiciones, pero es que son tan caros, recien nos hemos casado y ella no trabaja, y con el niño no lo hará de momento, así que dijimos, ¿por qué no?, sólo es una habitación a la que no podemos entrar, y sólo hay que dejar alimento cada noche, a veces cuesta encontrar, y llego tarde mientras ella espera, temerosa y preocupada, y hay que ir con cuidado, eso si, procurar ser metódico, no hacerle pasar hambre ni dejar la puerta abierta, pues no entiende de propiedades ni de hipotecas.

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Los calcetines, la vecina

por Choan C. Gálvez

Cuando la vecina llamó al timbre para devolverme un calcetín caído del tendedero, no di importancia al asunto.

Dejé el calcetín en cualquier parte, regresé al sofá, continué viendo los Teletubbies.

Al día siguiente, la vecina regresó, trayendo esta vez un calzoncillo. No me pareció nada del otro mundo. Abandoné la prenda en una silla, lié otro canuto.

Esa misma tarde, la vecina me devolvió una camiseta. A la noche trajo un pantalón. A primera hora de la mañana, unos zapatos.

Ahora sí, sospeché que algo extraño ocurría: los zapatos eran marrones.

No me dio tiempo a pensar mucho en ello, pues a los pocos minutos la vecina volvió, esta vez con un jersey de lana bastante feo, un mono de mecánico, un tricornio, una estola de adviento y una capa de tuno.

Extrañome. Acepté las prendas, di las gracias, cerré la puerta.

Poco a poco fui recopilando todo aquello que a la buena señora se le ocurría introducir en mi casa. El espacio habitable de mi hogar fue reduciéndose, por todas partes se veían prendas amontonadas. Llegó el momento en que no me atreví a encender la cocinilla por miedo a prender fuego a la vivienda.

Ahora, mientras escribo esto, oigo llamar a la puerta. Será la vecina. Quisiera abrir y decirle, Por favor, no traiga más ropa, la situación comienza a ser desesperada, llevo más de un mes buscando mi cepillo de dientes.

Quisiera abrir, sí, pero no veo manera de abrirme camino hasta la puerta.
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El novato

por Diago Lezaun

El guardia de seguridad está nervioso y asustado. Yo nunca he currado de esto, bueno, ni de esto ni de casi nada, piensa (suponiendo que los guardias de seguridad piensen). Además, no sé ni si valgo para esto, me asusto enseguida, no sé como reaccionaría si me encontrase con un chorizo. Oye un ruido detrás, la adrenalina rebosa el vaso, saca la pistola reglamentaria, se gira y vacía el cargador a bocajarro. Un segundo: estruendo; otro segundo: silencio atronador; otro segundo y un cuerpo como un paquete de carne picada cae al suelo. Mujer de la limpieza con clásico uniforme de empresa azul. El guardia de seguridad suda, palidece, tiembla, se mete la pistola en la boca y aprieta el gatillo. Un clic. Nada. Más silencio. Cargador vacío, recuerda. Se relaja un poco la tensión y llega el llanto. Cinco minutos después la policía.
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